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jueves, 8 de diciembre de 2016

Trotaconventos 7



Sería bonito pensar que guardaba fidelidad al difunto, o que no quería correr el riesgo de volver a pasar por algo parecido; cualquier cosa antes que asumir que era hija de su tiempo. Les enseñaron a confundir sentimentalismo con amor o, en el mejor de los casos, el sexo como el débito del matrimonio donde se inmolaban, en aras de la ficción de un amor romántico a ritmo de bolero y de tardes de cine, con películas en blanco y negro con final en boda. Sería arriesgado, pero no absurdo, asegurar que Rosa no sintió placer físico real, sólo algo parecido por el hecho de sentir cerca a su marido o por poder satisfacerle. Cualquier cosa que pudiera hacer a alguien pensar que a ella pudiera interesar el, llamémoslo así, aspecto carnal, era una ofensa personal que la sacaba de sus casillas.
            Cuando pudimos pagar un poco más alquilamos para pasar el verano la casa justo de enfrente, se acabaron nuestras largas charlas salvo, ocasionalmente, en la playa cada vez sobre menos temas. Sus nietos que ya empezaban a mocear, sus estudios y poco más, como mucho noticias de viejos conocidos. Había algún verano que se iba con la familia a otro de los pueblos playeros de la zona, pero siempre encontraba uno o dos días para llegarse al nuestro y saludar a las amistades. Como conocía más que bien nuestras costumbres siempre nos localizaba en la atestada playa, donde, comenzábamos  con la ya comentada puesta al día de los conocidos. Así supe que la Fernández con escudo de armas había logrado que su hijo saliera médico, que la hija mayor de Loli la rubia había muerto de cáncer y hasta que Nina tenía ciertas aficiones exhibicionistas, algo que ya se maliciaba uno. En apenas cuatro horas me contaba tres veces todas las batallitas familiares y nos poníamos al día. Y hasta el verano siguiente.
            En el ínterin estaban las Navidades y nunca faltaba la felicitación de Rosa que yo no necesitaba leer ni el remite, me bastaba con verlas. Sus tarjetas venían plenas de dorados, plateados y brillos varios que, serán horteras y de mal gusto, pero que a mi me siguen encantando. No supe ver, sin embargo, como su letra se iba deformando, año a año, haciéndose más temblona, nerviosa e inestable. Ahora, como guardé todas aquellas tarjetas de los brillos y las coloco alrededor del árbol de Navidad lo veo, pero entonces no. Un año no hubo tarjeta y pocos días después de Reyes recibí una llamada de Rosa que me contó lo que siempre contaba, que si sus nietos, que si los novios de las nietas y demás pero hablaba aun más deprisa de lo habitual en ella, con prisa por si no podía decir la palabra siguiente. Nació una nueva tradición: yo la felicitaba por escrito y ella respondía con una llamada, en una de ellas me dijo que le temblaban las manos demasiado para poder escribir, lamento decir que no me lo tomé en serio pensando que la línea del ojo seguro que se la pintaba. Así cada año, hasta que uno, ya no hubo llamada en enero. No necesité más. Después de tantas palabras como habíamos intercambiado resulta que, al final, no hizo falta ninguna.

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