Estampa en madera de Yanagawa Shigenobu
Sin embargo, hay que buscar motivos más profundos para que
un tema como éste cale en el arte japonés. En primer lugar, no podemos olvidar
de ningún modo que el Imperio Japonés es un archipiélago y que su alimentación
se basa en los frutos del mar, llegando en algunos momentos a estar prohibido
el consumo de carne excepto a los samurais, pero esa es otra historia. El mar
es por tanto fuente de vida pero también de destrucción pues no es necesario
recordar la intensísima actividad sísmica de la zona –demasiado reciente
tenemos la última muestra de ello-. El término universal para la ola gigante
provocada por un terremoto en el mar, Tsunami, es de origen japonés; es pues
una cultura acostumbrada por un lado a la convivencia con la mar y por otro
determinada por las continuas catástrofes naturales motivadas por su geología.
Fascinante mezcla que da como resultado manifestaciones artísticas que rara vez
tratan los hechos catastróficos de un modo directo, pero que vienen
determinadas por ellos. Un ejemplo de la cultura popular que muestra la
relación ambigua con los mares es el cuento infantil del pescador Urashima que
salva a una tortuga de que la maten a palos y es recompensado por ella con el
don de poder respirar bajo el agua, así le lleva al Palacio del Rey Dragon
donde la tortuga se convierte en una bella princesa, conviven un corto tiempo,
él quiere volver a ver a su familia y ella le da una caja diciéndole que no la
abra. Cuando llega al pueblo han pasado trescientos años y cuando abre la caja
esos trescientos años caen sobre él reduciéndolo a arenas. Como vemos en este
pequeño relato están la belleza y el horror del mar. En cierto sentido el amor
y la muerte.
Ilustración del cuento del pescador Urashima
A partir de 1868, occidente descubre Japón y todas nuestras
artes mayores y menores de la pintura a la joyería se cuajan de influencias del
arte japonés, pero no de cualquier arte, eso llegará algo más tarde. La mayoría
de las artes japonesas son demasiado desconocidas y la Europa de entonces no es
capaz de digerirlas pero sí digiere son, precisamente, las estampas ukiyo-e que
¡sorpresa! vienen envolviendo las preciosas porcelanas o las lacas exquisitas.
La burguesía es aquí como allí quien marca el paso cultural y ambos lugares son
nuevos ricos. El caso es que occidente bebe de la cultura japonesa en esa época
con la sed de quien ve secarse su fuente pues el arte del momento había llegado
a un virtuosismo que no da más de sí, extremadamente literario y hasta
teorizante moral y científicamente. Muy pronto será imposible encontrar alguna
manifestación artística europea que no haya recibido las influencias japonesas:
del impresionismo a la joyería, de las artes industriales a los peinados de las
damas. Quizás no sea determinante en la evolución de ninguna pero sí un asidero
para unas artes que necesitan evolucionar.
Evidentemente con todo ello llegó un gusto por el arte erótico que tomó
también cosas de Japón. No pretendo decir que no haya un arte erótico
occidental (oculto y de matute por así decirlo) pero sí que en este medio siglo
XIX en adelante hay un rebrote del erotismo artístico que da la cara mucho más
directamente siendo el ejemplo más descarnado la obra de Egon Schielle. Sin
llegar a ese desgarro hay una serie de autores que salpican la historia del
arte de esta época como Felicien Rops, Aubrey Beardsley, Franz von Bayros o
Julius Klinger que en esta obra que vemos abajo recoge la tradición del pulpo y
la mujer sin duda por influencia japonesa que no se limita al tema sino que
también trajo la sinuosidad geométrica de las líneas. La tendencia “biológica”
del movimiento modernista, entendiendo por biológica la frecuencia con que sus
formas, sobre todo en las artes aplicadas recuerdan seres vivos, favoreció sin
duda alguna que un animal tan dúctil como el pulpo cobrara una cierta
presencia, a menudo más intuida que expresada, en las formas.
Julius Klinger
Vidriera modernista
Por otro lado la sexualidad desbordada del cambio de siglo,
la libertad recién adquirida de las artes hace que surjan imágenes pocos años antes
inesperadas. ¿Podríamos imaginar al joven Pablo con su “Ciencia y caridad”
dibujando esto?, Claro que a estas alturas el joven Pablo ya era Picasso.
Mujer y calamar o pulpo si queremos hacer una lectura más amplia del Pablo Picasso
Fascinate, Joaquinito. Nunca había reparado en esa influencia. Y por supuesto no conocía el dibujo de Picasso. Me encanta todo esto que estoy aprendiendo contigo que pienso utilizar en los salones para fomentar mi lado extravagante.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo cierto es que pocas veces se tiene en cuenta la definitiva influencia japonesa en occidente, conservamos una lamentable mentalidad colonial que nos limita mucho.
EliminarNo tenemos lados extravagantes, es que los demás son menos "imaginativos" jejejeje
Un abrazo
La verdad es que ya no se que más comentarte, te lo he dicho todo.
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